La Plaza de Toros de Albacete no solo guarda historia en su arena, sus gradas o en los nombres que figuran en los carteles de cada feria. También la atesora entre sus pasillos, chiqueros y dependencias, donde late el trabajo callado y constante de quienes hacen posible que todo funcione con precisión cada tarde de toros. Detrás de cada puerta abierta, cada brega en el ruedo o cada sonido de clarín, hay generaciones de hombres y mujeres que han convertido el coso albaceteño en su segunda casa.
Lo que para muchos es una profesión temporal o estacional, para ellos es una herencia emocional y profesional que ha pasado de padres a hijos. Son numerosos los casos en los que el relevo familiar ha sido una constante: alguacilillos, areneros, porteros, acomodadores, pontoneros, chulos (de puyas, servicio extinguido por esta última empresa arrendataria de la plaza y de banderillas) y otras funciones que se desempeñan, que han compartido el mismo lugar de trabajo con sus progenitores o han tomado el testigo cuando ellos se retiraron.
A lo largo de la historia del coso de la calle de la Feria, no han sido pocos los días en los que padre e hijo han coincidido en faena, cada uno en su puesto, compartiendo responsabilidad, emoción y orgullo. Unos en el callejón, atentos al menor detalle; otros en los corrales, velando por la integridad del toro; algunos en las puertas, dando la bienvenida a los espectadores con el mismo entusiasmo con el que le hacía su padre décadas atrás.
Esta continuidad generacional ha contribuido a mantener viva la esencia, aunque los últimos años se ha visto bastante deteriorada, según nos cuentan los propios empleados más antiguos que aún continúan y el carácter propio de la plaza. Porque una plaza no se sostiene solo por los nombres que pisan su albero, sino también por quienes, día a día, año tras año, garantizan que todo esté en su sitio. Son el alma invisible del espectáculo, guardianes de una tradición que en Albacete se ha transmitido con respeto y cariño, aunque algunos no se lo tengan o hayan tenido en esta última etapa.
Cada feria, además de toreros, ganaderías y público, también vuelven ellos. Los que vieron a su padre y/o abuelo abrir los chiqueros y hoy lo hacen con el mismo gesto. Los que crecieron jugando entre burladeros y hoy forman parte del engranaje que hace posible cada tarde de toros.
La Plaza de Toros de Albacete es, en muchos sentidos, un hogar. Un hogar en el que las historias personales se entrelazan con la historia grande del toreo. Un lugar donde el relevo no solo se da en el ruedo, sino también en las funciones que lo sostienen. Y es que, más allá del arte y la emoción, la fiesta también se escribe con nombres humildes y apellidos que perduran en el tiempo.
Todos y cada uno de los que compusieron, compusimos y componen la plantilla de empleados de la plaza de toros de Albacete son guardianes de un legado y una historia escrita a lo largo de los años y día a día en cada tarde de toros, en cada una de ellas hay mil historias que han vivido y han conformado la historia de la plaza de toros de Albacete.
Sirva este artículo como reconocimiento para todos ellos, así como el recuerdo y homenaje para todos aquellos empleados que durante tantos años desempeñaron una u otra función y ya no están entre nosotros, vosotros abristeis el camino y enseñasteis los valores que durante años se han ido inculcando generación tras generación de empleados.

Por entonces había una excelente armonía entre compañeros, autoridades, médicos etc. y con las distintas empresas que pasaron. Que decir del jefe de personal (Ricardo), buena persona y buen compañero y de su segundo (Cristóbal) a éste se le salía el corazón del pecho.
¡En fin que tiempos!