Ayer, 7 de agosto, se cumplieron veinte años de una fecha marcada en la historia personal y profesional de Andrés Palacios. Fue en 2004, en la Plaza Monumental de Barcelona, donde el torero albaceteño tomó la alternativa de manos de Víctor Puerto, con Antonio Ferrera como testigo. La ganadería de Araúz de Robles fue la protagonista ganadera de aquella cita, y el toro “Tendencioso” quedó grabado para siempre como el ejemplar con el que Palacios se doctoró en tauromaquia.
Desde aquel día, su carrera ha estado marcada por un concepto muy del gusto de los buenos aficionados: clásico, templado y de gran pureza. Un estilo que, aunque a veces no se haya visto refrendado en los números por el fallo con la espada, sí ha dejado huella en tardes de gran contenido artístico. Ejemplo de ello fue aquella recordada actuación en Madrid con la corrida de José Luis Pereda, donde, de no haber marrado con los aceros, habría abierto de par en par la Puerta Grande de Las Ventas.
Pero si hay una faena que la afición de Albacete guarda con especial cariño es la que protagonizó el 10 de septiembre de 2005 al toro de la ganadería de Marca. Una obra impregnada de temple y verdad, de las que se cuentan despacio y se reviven una y otra vez entre los buenos aficionados. Aquella tarde, Palacios dejó en su plaza una de esas páginas que justifican toda una carrera, con muletazos que aún hoy permanecen en la memoria de quienes estuvieron presentes.
Cada tarde que se viste de luces, Andrés Palacios deja su impronta y el sello inconfundible de su toreo en la retina de quienes saben apreciarlo. Así ocurrió también el pasado año en Tomelloso, donde cuajó una gran tarde que, sin embargo, no tuvo el eco mediático que mereció. Para quienes estuvieron allí, su actuación fue una lección de temple, colocación y expresión torera, fiel reflejo de un concepto que se mantiene intacto con el paso de los años.
Veinte años después de aquel 7 de agosto en Barcelona, Palacios sigue siendo un nombre respetado por la afición más exigente, un torero que ha sabido defender su verdad en cada plaza y que ha construido una trayectoria sólida, más allá de modas o estadísticas. Un diestro para el que el toreo es, ante todo, una cuestión de pureza y sentimiento, como bien saben los que han tenido la fortuna de verlo en su plenitud.
Y es una pena que no podamos verlo más torear, porque cada actuación de Andrés Palacios ha sido siempre un regalo para los sentidos de los buenos aficionados, esos que valoran la hondura, la verdad y el arte por encima de cualquier otra cosa.
