Foto Mariano Giménez

ALVARO DOMECQ ROMERO: SE APAGA UN FARO DEL REJONEO, PERO QUEDA SU ESTELA

La tauromaquia se estremece hoy con un silencio distinto, de esos que pesan más que las palabras. Ha muerto Álvaro Domecq Romero, figura cardinal del toreo a caballo, heredero de un linaje legendario y arquitecto de una forma de entender el rejoneo que marcó época. Se va un hombre, pero queda una memoria que no entiende de tiempo: la de un caballero que cabalgó siempre con la verdad por bandera.

Hijo del maestro Álvaro Domecq y Díez, Alvarito fue un niño que aprendió antes a sentir el campo que a escribir su nombre. Su primer encuentro con el público llegó a los doce años, en Tarifa, durante un festival organizado por su tío Juan Pedro Domecq. Aquel debut precoz fue el preludio de una vida entregada al caballo, a la bravura y al arte de gobernar emociones desde la silla.

Su alternativa, recibida en 1960 en El Puerto de Santa María, de manos de su propio padre y bajo la mirada de toreros como Dominguín o Puerta, fue el comienzo de una carrera que no tardaría en ensanchar los horizontes del rejoneo. Álvaro Domecq introdujo en España conceptos inéditos hasta entonces, como la corrida de cuatro rejoneadores, celebrada por primera vez en Jerez, auténtico hito que transformó la liturgia del toreo a caballo.

Su figura creció de manera imparable en los años siguientes, especialmente tras la consolidación de las corridas exclusivamente de rejoneo, que lo llevaron a firmar temporadas amplísimas y a convertirse en pilar de una edad dorada. Junto a Ángel y Rafael Peralta y José Samuel Lupi formó el célebre cuarteto de Los cuatro jinetes del Apoteosis, un cartel que hoy pertenece ya a la leyenda. Entre sus monturas más recordadas figura el mítico Opus 72, caballo que enamoró a los públicos y se convirtió en extensión viva del propio Álvaro.

En paralelo, tomó las riendas de la ganadería de Torrestrella, una divisa que moldeó con la paciencia del artesano y la ambición del visionario, buscando siempre un toro bravo, serio, profundo y con identidad propia. Su labor ganadera hizo de Torrestrella un nombre imprescindible dentro de la cabaña brava.

Dieciocho tardes en Albacete: el romance de un caballero con una plaza

Si hubo una tierra donde el rejoneador dejó una huella constante fue Albacete. Dieciocho tardes jalonan su idilio con la plaza manchega, un recorrido que abarca más de dos décadas y que muestra la fidelidad mutua entre torero y afición.

La primera aparición de Álvaro Domecq Romero en el coso albaceteño se remonta al 13 de septiembre de 1962, abriendo plaza como único rejoneador antes de Girón, Gregorio Sánchez y Rafael Chacarte, frente a toros de Manuel Santos Galache. Volvería un año después, el 14 de septiembre de 1963, acompañado de Manuel Amador y Sussoni, y de nuevo en 1964, compartiendo cartel con Montero, Cabañero y Pepe Osuna.

Su verdadera consagración con la afición llegó en la década de los setenta dentro de los festejos de colleras. En 1970, junto a los hermanos Peralta y Lupi, dejó una tarde de vuelta al ruedo y ovación con toros de Bernardino Giménez. En 1971 repetiría cuarteto, esta vez ante toros de Clemente Tassara, obteniendo una vuelta y dos orejas y rabo en collera; idéntico escenario en 1972, con dos orejas y una nueva oreja en conjunto.

El idilio continuó en 1973, con un rotundo balance de dos orejas y dos orejas en collera frente a toros de Manuel Arranz. En 1974, 1975, 1976 y 1977 regresaría con distintas combinaciones de rejoneadores —Vidrié, Bohórquez, Da Veiga, Vargas, Moura— cosechando ovaciones y puertas grandes de collera, como las dos orejas en 1976 o las obtenidas en 1979 frente a toros de Sánchez Cobaleda.

Volvió en 1978, ahora alternando con rejoneadores y matadores de a pie como Curro Fuentes, El Cali y Manili, en una tarde de toros de Juan Pedro Domecq que quedó para el recuerdo por lo singular del cartel.

Los primeros años ochenta consolidaron aún más ese vínculo: orejas, saludos y nuevos triunfos de collera jalonan sus actuaciones de 1981, 1982, 1983 y 1984, frente a las divisas de Los Guateles, Pérez-Tabernero, Carmen Borrero y Luis Algarra respectivamente.

Su última tarde en la Feria de Albacete llegó el 15 de septiembre de 1985, en un festejo de colleras junto a Vidrié, Bohórquez y Buendía, ante toros de los Hermanos Bohórquez-Domecq. Fue despedida emocionada, con vuelta al ruedo y ovación: así, con esa mezcla de elegancia y autenticidad, se cerró un capítulo que hoy cobra aún más valor.

La despedida de un caballero

Álvaro Domecq Romero se retiró definitivamente de los ruedos en 1985 en Jerez, solo volviendo a vestir de corto para dar la alternativa a sus sobrinos Luis y Antonio Domecq. Esa última imagen, entregando legado, resume quién fue: un hombre de familia, de linaje, de campo y de caballo; un torero que veía más lejos que el resto y que nunca necesitó levantar la voz para dejar huella.

Hoy la tauromaquia despide a un símbolo. A un innovador, a un maestro, a un referente. Su figura permanecerá viva en Torrestrella, en los ruedos que recorrió, en las dieciocho tardes de Albacete que hoy cobran aroma de homenaje, y en la memoria de quienes lo vieron escribir páginas inolvidables del rejoneo.

Se va un caballero. Queda su forma de cabalgar la vida.
Descanse en paz.

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