Con motivo del LXX aniversario del Club Taurin Chicuelo II de Nimes, conversamos con Ricardo Sevilla, sobrino del mítico Manuel Jiménez “Chicuelo II”, una de las figuras esenciales del toreo de los años cincuenta y uno de los tres pilares que revolucionaron la tauromaquia albaceteña junto a Pedrés y Montero.
Ricardo, torero también, analiza la huella indeleble que su tío dejó en Francia y reflexiona sobre su trayectoria, su figura y la memoria que aún perdura en Nîmes… y la que se echa en falta en España.
Ricardo, ¿qué siente la familia al ver que, en Francia, tras 70 años, la peña dedicada a tu tío sigue viva y con tanta actividad?
Para nosotros es un motivo de inmensa felicidad. Saber que en Francia continúa tan vivo el recuerdo de mi tío es algo que nos llena de orgullo. Manuel causó una gran impresión en la afición de Nîmes y de toda la zona del sureste francés. Fue un torero que siempre dio todo, y además era una persona sencilla, respetada y querida.
Esa humanidad, unida a su valor y su entrega, dejó una huella profunda en los fundadores del club y en sus familias. Todavía hoy lo recuerdan no solo como torero, sino también como persona. No en vano, en 1959, Manuel regaló un vestido de luces a la peña, que posteriormente fue donado al Museo Taurino de Nîmes, donde aún se expone. Para la familia es precioso que, 70 años después, su nombre siga siendo un referente.
¿Cómo explicarle a los más jóvenes quién fue Manuel y qué aportó al toreo?
Manuel no fue solo un torero valiente: fue una lección de superación. Nació en una casita humilde, de labradores, a tres kilómetros de Iniesta, y acabó siendo figura del toreo. Para los chavales de hoy, su trayectoria debería ser un ejemplo.
Su valor era sereno, seco, sin aspavientos. Citaba desde lejos, se pasaba los pitones por la cintura y la expresión de su cara era impasible. Ese talento, unido al valor, hizo vibrar a las plazas.
Manuel estuvo muy pocos años en activo…
Apenas cinco como matador y un año completo de novillero con caballos, donde quedó segundo del escalafón. Como matador llegó a encabezar el escalafón y toreaba más en grandes ferias que en pueblos. Su temporada más completa fue de 67 corridas, más América.
Su carrera despegó gracias a una sustitución en Valencia que cambió su destino.
¿Qué ocurrió aquella tarde tan decisiva?
Estaba anunciado en la feria de Blanca, y la comisión no quería dejarle ir a cubrir una baja en Valencia. Hasta llamaron a la Guardia Civil para impedirlo. Finalmente, recapacitaron y lo dejaron partir.
Aquella tarde cortó un rabo. Lo repitieron varias veces y volvió a arrasar. Valencia lo catapultó a las grandes ferias.
¿Cómo fue su relación con Las Ventas?
Enorme. En 1953, en su tercera tarde, cortó cuatro orejas en un mano a mano con Victoriano Posada. Desde 1954 hasta 1957 fue torero de San Isidro, anunciado tres tardes cada año cuando la feria tenía solo siete u ocho corridas.
Confirmó en Madrid cortando cuatro orejas y en la repetición tres. Salió cuatro veces por la puerta grande. Fue torero de Madrid, sin discusión.
¿Qué encontró la afición francesa para rendirle un homenaje tan duradero?
Su presentación en Nimes, en la Vendimia del 54, fue apoteósica. Le hizo una faena memorable a un toro jabonero —el famoso “toro blanco”— y cortó el rabo.
Nîmes quedó cautivada. Al año siguiente, un grupo de aficionados, liderados por la familia Baillet, fundó el Club Taurin Chicuelo II. Desde 1955 hasta hoy, la peña no ha dejado de estar activa y con gran peso cultural en la ciudad.
Has visitado la peña varias veces. ¿Qué os transmiten?
Sobre todo admiración. Los socios mayores lo recuerdan, y han transmitido esa emoción a sus hijos. Su personalidad sencilla y noble hizo tanto como su valor para que su memoria se mantenga viva.
Hoy la peña sigue muy activa: celebran su fiesta anual en una ganadería, con acoso y derribo, carruajes, tentaderos y entrega de distinciones; participan en Pentecostés y Vendimia; y realizan actos culturales durante las ferias.
¿Os sorprende que haya una peña tan activa en Francia, mientras en España ya no existe una dedicada a él?
Sí y no. En Cuenca aún existe una peña, aunque con poca actividad. En Albacete la hubo, vinculada a la Escuela Taurina, pero desapareció tras su muerte. En Logroño tuvo otra muy importante, hermanada con Nimes.
Pero hoy, la única que mantiene viva su memoria con auténtica actividad es la de Nîmes.
¿Crees que su figura está suficientemente valorada en la historia del toreo español?
Se le recuerda, pero poco. Se menciona a veces que cortó siete orejas en San Isidro, pero detrás hubo muchos más triunfos en España, América y Francia. Fue un revolucionario: junto con Pedrés cambió la tauromaquia de Albacete y de España.
Su talento, su valor y su personalidad marcaron una época.
¿Falta reconocimiento en Albacete?
Sí. Tras su muerte se le levantaron dos monumentos, en Albacete y Cuenca, pero hace falta refrescar más su memoria y la de Pedrés y Montero.
Ellos revolucionaron la ciudad. Convirtieron Albacete en una plaza de temporada. Despertaron vocaciones. Toda una generación quiso ser torero por ellos.
Hoy falta eso. Después de Damaso y Caballero no ha surgido una figura de referencia nacional, aunque ha habido excelentes toreros como Manuel Amador, Sebastián Cortés, José Gómez Cabañero o Antonio Rojas.
Si pudieras hablar con tu tío, ¿qué le preguntarías?
Muchas cosas. Cómo empezó, qué sentía en las capeas, cómo se colocaba, cómo resolvía las situaciones difíciles con un toro complicado.
No llegué a conocerlo, pero me hubiera encantado aprender de él para llevar su concepto del toreo a mi forma de interpretar la tauromaquia.
