Foto Mariano Giménez

Albacete 2025, una tierra que sigue soñando en oro y albero

Cada septiembre, cuando la feria apaga sus faroles y el aire empieza a oler a otoño, Albacete vuelve a mirarse en el espejo de su plaza. En su arena se escriben las páginas que resumen no solo una temporada, sino una forma de entender la vida: con verdad, con entrega y con ese respeto silencioso que solo guardan los pueblos que han hecho del toreo una parte de su alma.

El año taurino de 2025 en Albacete ha sido, más que una sucesión de festejos, un retrato completo de su identidad. Desde el Festival solidario en favor de los damnificados por la DANA en Letur, aquel día de febrero en que los nombres de Ponce, Manzanares, Talavante, Ventura, Molina, Marco Pérez y Alejandro González se reunieron por una causa justa, hasta la última tarde de feria, el hilo conductor ha sido el mismo: la emoción compartida entre el ruedo y los tendidos.

Hubo tardes de hondura, de silencios largos y de ovaciones redondas. La Corrida de Asprona, siempre espejo del corazón albaceteño, volvió a recordar que la tauromaquia no solo es arte, sino también solidaridad. Paco Ureña, Fernando Adrián y José Fernando Molina compusieron faenas sinceras, plenas de compromiso y verdad, ante una seria corrida de Montalvo que dio medida de la categoría del ciclo.

En mayo, el Festival del Cotolengo volvió a mezclar juventud y experiencia. Rubén Pinar, torero de casa, puso el sello de su oficio y torería en una cita que rebosa humanidad. Le acompañaron Carretero, Molina, Felipe, Peñaranda y Castillo, en un mosaico de generaciones que define el espíritu taurino de esta tierra: la ilusión no se hereda, se transmite en la plaza.

El verano abrió espacio a la cantera, a esos muchachos que aún huelen a tiza y albero. Las clases prácticas y la novillada de San Juan fueron un recordatorio de que el futuro se labra con el mismo rigor que el pasado. Allí, los jóvenes de la Escuela Taurina de Albacete volvieron a decir presente, con la nobleza y el tesón que solo da la juventud enamorada del toreo.

Y llegó septiembre, y con él la Feria de la Virgen de los Llanos, espejo fiel del pulso taurino de la ciudad. Diez tardes que fueron historia viva: la entrega de Fortes, la pureza de Ureña, la templanza de Ortega, la rotundidad de Roca Rey, la ilusion de un nuevo matador de Toros, Manuel Caballero… y esa sensación de estar ante un público que sabe medir la verdad sin necesidad de alzar la voz.

Se premiaron toros con nombre propio —“Oportunista” de Montealto, “Imperial” de Santiago Domecq— y hombres que los entendieron con alma: Manuel Caballero, que conquistó con su novillería el alma del jurado, y Paco Ureña, proclamado Triunfador de la Feria, símbolo de la constancia y el valor de quien torea con el corazón en la mano. El Molino de la Bravura para Daniel Ruiz vino a cerrar el círculo: el toro, siempre el toro, como centro de todo.

La temporada deja números, sí, pero sobre todo deja sensaciones. Albacete ha sabido conjugar la tradición con la renovación, el fervor popular con la cada vez menos exigencia artística del publico. Ha mantenido encendida la llama del toreo, ese que no necesita artificios para conmover.

Ahora, cuando los burladeros se cubren y la plaza vuelve a dormir su letargo hasta el próximo festejo, queda el eco de los pasodobles y el recuerdo de los toreros andando despacio hacia el patio de cuadrillas. Queda la certeza de que, mientras haya un niño que mire al ruedo con los ojos abiertos y una tarde de septiembre que huela a tierra mojada, Albacete seguirá soñando en oro y albero.

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