Foto Mariano Giménez

Un año después, cuando el toreo se arremangó

Hace un año, el 29 de octubre de 2024, la tierra se rompió bajo el agua y la DANA arrasó buena parte del levante español. Barro, silencio y desolación quedaron como paisaje. Pero entre tanto lodo, hubo un latido firme, una respuesta inmediata, casi instintiva: la del mundo del toro. La tauromaquia, tantas veces incomprendida, se mostró entonces en su rostro más humano, solidario y fraterno.

Toreros, ganaderos, banderilleros, aficionados y hasta niños de las escuelas taurinas se lanzaron a la calle sin esperar llamadas ni permisos. Fue una reacción natural, como si la vocación de entrega que se vive en la arena se trasladara al barro de los pueblos heridos. La gente del toro se arremangó, literalmente, y con las mismas manos que un día acarician los engaños, se puso a levantar muros, limpiar calles y consolar a vecinos.

Primero fueron los valencianos. Luis Blázquez se echó a la espalda el peso del desastre y convocó a los suyos; su voz encontró eco inmediato. Nek Romero, con el alma partida por ver a su Algemesí inundada, no dudó en calzarse las botas para ayudar. En Sedaví, Bruno Gimeno, junto a antiguos compañeros de la Escuela de Tauromaquia de Valencia —Raúl Martí, Miguelito y el hoy matador Aarón Palacio—, se unieron a la causa. José Manuel Montoliu, con el mismo temple que en los ruedos, quitaba lodo en las calles de Utiel, una de las más golpeadas.

También los hermanos Polope, Marco y Miguel, trabajaron sin descanso en Picanya y Torrent. A su lado, el picador y veterinario Antonio Montoliu no solo limpió calles, sino que llevó agua y alimento a los animales damnificados. Vicente Barrera, torero y ahora político, se sumó a las tareas en Catarroja. Y más tarde llegarían otros nombres: Ginés Marín, Esaú Fernández… todos unidos por un impulso común.

Ni el océano detuvo a los que estaban lejos. Enrique Ponce y Román, en plena campaña americana, regresaron y aportaron su arte y su presencia a los festivales benéficos que se multiplicaron en toda España: Valencia, Vistalegre, Albacete, Villaseca… Cada cartel era una mano tendida, cada paseíllo, una promesa de reconstrucción.

Los ganaderos también hicieron su parte. Félix Azcona, Daniel Ramos y muchos otros pusieron su maquinaria pesada al servicio de los pueblos anegados. Algunos, como Pedro Jovani o Fernando Machancoses, lo perdieron todo: sus fincas, sus reses, su historia. Pero incluso ellos, entre lágrimas, prestaron camiones para repartir alimentos y esperanza.

El espíritu solidario cruzó fronteras taurinas. La Escuela Taurina de Ubrique donó treinta cuartos de baño para Sedaví; Jesús Arruga, veinte lavadoras para Sedaví y Catarroja; Azpeitia aportó fondos; la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia (RUCTL) repartió juguetes entre los niños y capotes entre los jóvenes novilleros. Y entre todo aquel paisaje de destrucción, surgió una imagen que lo resumió todo: un niño de Algemesí, con el barro hasta las rodillas, toreando con una bolsa de plástico al viento.

Aquel niño fue símbolo y espejo. Representó el espíritu de un pueblo que, aun entre ruinas, se negaba a rendirse.

Hoy, un año después, cuando el recuerdo aún duele, la tauromaquia puede mirarse al espejo con orgullo. Porque cuando el agua lo destruyó todo, el toreo —ese arte tan humano, tan generoso— fue también una forma de levantar el alma. Y entre tanto fango, brilló como una muleta roja frente al temporal.

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