La Plaza de Toros de Albacete ha sido siempre un escenario abierto al mundo. Aunque profundamente enraizada en la tierra manchega, su albero ha sentido el eco de acentos y estilos venidos de muy lejos. Por su puerta de cuadrillas han pasado toreros de distintas latitudes que, con su arte y su valor, han recordado que la tauromaquia no tiene fronteras, sino lenguajes compartidos: el del temple, el del valor y el de la verdad.
Desde América hasta Europa, Albacete ha sido testigo de ese mestizaje taurino que engrandece la historia de la Fiesta. Aquí torearon franceses, portugueses, colombianos, venezolanos, peruanos, argentinos y, sobre todo, una larga lista de toreros mexicanos que dejaron huella en la arena manchega.
Los franceses del temple y la elegancia
Si hay un nombre extranjero que ha calado hondo en la afición albaceteña es el del francés Sebastián Castella, auténtico ídolo de una generación de aficionados. Con 21 corridas toreadas, Castella se ha convertido en el torero foráneo más habitual en el coso de la Feria. Su concepto de pureza, su verticalidad y esa mezcla de frialdad y pasión contenida encontraron en Albacete una plaza fiel, que lo ha visto triunfar una y otra vez.
Antes que él, Juan Bautista, otro torero galo de clase y serenidad, también pisó el ruedo albaceteño en tres ocasiones, dejando constancia de que Francia hace tiempo que no solo produce aficionados, sino también toreros con mayúsculas.
Colombia: la raza de los valientes
La historia colombiana en Albacete tiene un nombre propio: César Rincón. Con 13 corridas toreadas, el de Bogotá llevó a esta plaza la verdad de su toreo profundo, ese que le convirtió en figura universal. Sus faenas a fuego lento y su sentido de la lidia aún se recuerdan entre los viejos aficionados.
Otros compatriotas suyos, como Luis Bolívar, El Cali, El Chano, Jairo Antonio Castro o Jorge Herrera, también trajeron a la arena manchega el sabor de la escuela colombiana: pundonor, raza y entrega sin medida.
Portugal y la elegancia del rejoneo
Desde el país vecino llegaron hombres de a caballo que dignificaron la plaza. Víctor Méndez, con 11 corridas, fue un torero de a pie de enorme pureza y sentido clásico, querido por la afición albaceteña.
En el rejoneo, el histórico Manuel dos Santos y el maestro João Moura también dejaron su sello, mostrando la doma y la precisión lusitana que han hecho del toreo portugués un arte paralelo.
México, corazón de la historia
Si hay una nación que ha tejido una relación entrañable con Albacete, esa es México. La nómina de toreros aztecas que han pasado por el coso manchego es amplia y brillante. Desde los legendarios Carlos Arruza —con siete corridas— y Luis Freg, hasta figuras del siglo XX como Curro Rivera, Eloy Cavazos, Fermín Rivera, Jesús Solórzano o Rodolfo Gaona, todos trajeron ese toreo recio y romántico, mezcla de valor y solemnidad que caracteriza al país del oro y la plata.
También pisaron este albero nombres menos recordados, pero igual de importantes en la historia taurina: Antonio Velázquez, Alfredo Leal, Jesús Córdoba, Manolo Arruza, José Ortiz, Luis Procuna o el carismático “Carnicerito de México”, embajadores de una forma de entender el toreo llena de color y sentimiento.
Venezuela y Perú: pasión y bravura americana
La Venezuela taurina también tuvo su sitio en Albacete. Dos hermanos inmortales, César y Curro Girón, actuaron en diez y siete ocasiones respectivamente, llevando la garra de su tierra al ruedo manchego. A ellos se sumó “Morenito de Maracay”, nombre mítico que completó la presencia de una nación que durante décadas tuvo toreros de enorme proyección internacional.
Y desde Perú, el arte joven y arrollador de Andrés Roca Rey, con sus paseíllos en Albacete, ha devuelto la universalidad a esta plaza. Roca Rey, figura indiscutible del presente, encarna el futuro de una América taurina que sigue viva, valiente y soñadora.
Un albero de todos los acentos
De todos ellos queda un eco: el del idioma común del toreo. En Albacete han sonado clarines que cruzaron océanos, muletazos que nacieron lejos y encontraron aquí su lugar, y tardes que demostraron que la emoción no entiende de fronteras.
La plaza de toros de Albacete, en su historia centenaria, puede presumir de algo más que de figuras y triunfos: puede presumir de haber sido una plaza del mundo, un punto de encuentro donde se unieron estilos, escuelas y pasiones.
Porque en el fondo, cuando el toro sale y el hombre se queda solo ante él, ya no hay nacionalidades, solo toreros.