Foto Mariano Giménez

Morante de la Puebla dice adiós en Las Ventas: fin de un viaje con arte y audacia

El Domingo, en la madrileña Plaza de Las Ventas, se vivió una tarde que quedará marcada en la memoria de la tauromaquia. Tras cortar dos orejas al cuarto toro, José Antonio Morante de la Puebla sorprendió al mundo taurino al cortar su coleta en el ruedo, sellando así el final de su carrera. El gesto, cargado de simbolismo, alzó el telón de su despedida definitiva.

Morante había sido una presencia esperada en el cartel del Día de la Hispanidad, y respondió con una actuación de hondura y poder artístico. Su faena al cuarto toro fue reconocida con las dos orejas —un triunfo digno de su nombre— y la respuesta del público fue clara: el aplauso, el clamor y el reconocimiento que solo puede reservarse para quienes dejan huella.

Pero el momento cumbre se produjo cuando, al final de la lidia, el maestro se acercó al centro del ruedo, con la plaza en pie, y con decisión se cortó la coleta. Un acto simbólico que sacude las raíces del toreo: no es solo un acto de despedida, es la entrega definitiva de un testigo que llevaba tiempo en su mano.

Morante eligió Madrid para esta despedida, en el escenario que tantas veces le retó y al que tantas veces conquistó. Esa misma plaza donde dio faenas memorables, donde el público lo elevó entre murmullos y ovaciones, fue el lugar escogido para su adiós.

No hablamos de un retiro convencional, sino de un acto poético. Morante cerró con la grandeza con la que vivió: con la firmeza de quien sabe que ha dicho todo lo que tenía que decir, y que ya no le quedan versos que escribir, salvo los que el toreo seguirá susurrando.

La retirada de Morante nos obliga a contemplar —una vez más— la fragilidad del arte cuando dependen de un solo hombre. Pero también la fuerza que deja atrás: la pasión, la inspiración, la pureza de sus muletazos y esa manera particular de hacer del toro algo cercano, algo casi humano.

Los seguidores del toreo, las plazas y los jóvenes que aspiran a vestir de luces lo recordarán no como la figura que se va, sino como el artista que lo dio todo hasta el final.

Morante se va del ruedo, sí. Pero en cada esquina que el toro embista, en cada natural lento que el viento devuelva, su sombra permanecerá. En efecto, ayer Las Ventas presenció una despedida; hoy el toreo conmemora una leyenda.

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